Por Juan Terranova
La tapa dice Manual del antiperonismo ilustrado y viene firmada por Claudio Díaz. Pero más allá de las ilustraciones, que son reales y tienen un trabajo de archivo importante, el "antiperonismo" del título no aparece por ningún lado. Más bien todo lo contrario. El manual agarra, entonces, por la cola al lector desprevenido y vuelve con argumentos conocidos sobre las virtudes y logros del peronismo histórico, ese que la nostalgia sitúa en el pico de industrialización nacional entre el ‘45 y el ‘55. Intentando la actualización de viejos estribillos, humedeciendo la pompa justicialista con títulos y subtítulos que aluden a la cultura pop, Díaz renueva esa verdad inapelable –“Nuestra historia política es la contradicción entre despotismo ilustrado y soberanía popular”–, pero lo hace con las desafiladas herramientas de siempre, atacadas por el óxido y melladas por el tiempo.
Si el título tiene una trampa, y eso es ingeniosa novedad porque el libro es de entrada fervientemente peronista, los argumentos son conocidos: Sarmiento era un brazo de la oligarquía, los unitarios eran todos agentes ingleses, los intelectuales de izquierda son funcionales al poder central y de ahí en adelante. Sazonando con información irrefutable el conocido vocabulario de la colonia y la emancipación popular, Díaz denuncia a los intelectuales por “vendepatrias” y reivindica logros que ya entraron en los libros de la historia oficial, aunque él se empecine en coronarlos “la otra historia”: “Como con Rosas –escribe Díaz–, la época peronista no es analizada objetivamente. Se la niega en bloque, se la condena sin juicio previo: es una tiranía, nada más ni nada menos que eso”. ¿Es para tanto? ¿No pelea Díaz contra fantasmas discursivos? En todo caso las siluetas que dibuja resultan menos anacrónicos o irreales que rancias.
Más interesante como artefacto que como libro de historia, compilación de síntomas antes que reflexión, este falso Manual del antiperonismo ilustrado nunca abandona la voz militante, un poco torpe, del historiador nacional y popular que se indigna frente al abuso de los poderosos. Destinado a confirmar ideologías antes que a debatirlas, el libro cierra un puerta y se atrinchera, lejos de la tensión que genera la crítica, y su indispensable hermana menor, la autocrítica.
Otro manual. El mismo 1964 en que los Beatles alcanzaban su primer número uno con la canción I Want to Hold Your Hand y, en Dallas, se declaraba a Jack Ruby culpable del asesinato de Lee Harvey Oswald –quien a su vez era el principal sospechoso de la muerte de Kennedy–, en Buenos Aires salía a la venta un libro curioso. Treinta y tres años más tarde, se reedita hoy el Manual del gorila, con textos de Carlos del Peral y dibujos de Kalondi. Mezcla violenta de géneros bastardos como la encuesta, el test, la entrada enciclopédica apócrifa y el panfleto, Manual del gorila es un libro estimulantemente híbrido.
Su primera parte, titulada "Historia de los gorilas", universaliza la alegoría política más allá de los límites geográficos y temporales de la Argentina del siglo XX. Desde la antigüedad grecolatina hasta las carabelas de Colón, el recorrido, previsiblemente, tiene su “epifanía” en la década del cuarenta: “En el apogeo el gorila es feliz. Vive rodeado de cáscaras huecas y huesitos en un hábitat en perpetuo deterioro. Considera que el subdesarrollo se resuelve con la mendicidad; mantiene un orden social a lo Pirro malvendiendo petróleo o lo que sea y aceptando las condiciones demoledoras del Fondo Monetario”.
La segunda parte del libro, titulada "El pensamiento vivo del gorila actual", describe, con sorna, los gustos de la pequeña burguesía argentina: sus caprichos políticos, el amor por los autos lujosos, su cristianismo hipócrita, la debilidad por el dinero y su paranoia de clase. Acá brillan los aforismos: “El gorila experimentado puede, con un simple pestañeo, dejar de ver cualquier realidad que lo perturbe”; o las listas que a veces rozan el absurdo en, por ejemplo, la “Teoría de la flor exquisita” donde se afirma que “a) Una gorila es una flor exquisita” y “b) Las flores exquisitas o gorilas son el centro natural de todo”.
Animales sueltos. Si el libro funciona bajo un procedimiento simple –la extensión de la alegoría política–, el humor constante acompaña uno de sus aciertos más claros: nunca develar este código en forma directa. Aunque no pocas veces es explícito, las declaraciones afirmativas no aparecen. Los enemigos de los gorilas son el comunismo –una entidad siempre ironizable, cuando no directamente ridícula– y, como mucho, “lo subversivo”. La palabra “peronismo”, de hecho, es usada sólo una vez, en una taxonomía que diferencia: a) gorilas que persiguen peronistas, b) gorilas que persiguen nacionalistas, c) gorilas que persiguen comunistas y d) gorilas que persiguen sus propias colas.
Así, el peronismo sobrevuela tácito estas páginas. Por contraste, su presencia vibra en cada pelo que se describe y se ubica en el mapa político argentino. Manual del gorila en ningún caso es identificable como un Gorilismo para principiantes o Antiperonismo for dummies. La línea que baja hace del libro un objeto jugado políticamente. Y más allá de su trazado partidario, hay una antropología real en sus páginas. ¿Vale la pena preguntarse por qué se reedita este libro? ¿Revela el gesto una idea? Manual del gorila es un libro fechable, incluso nostálgico, pero no por eso desprovisto de reflejos en la actualidad. Los gorilas y sus cazadores son ambos una fauna desprolija y pasional que, después de la plácida y confusa década del 90, vuelve, de a poco, a entrar en vigencia.
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