sábado, 26 de septiembre de 2009
martes, 7 de abril de 2009
LA HOGUERA DE LAS FACULTADES
Por Cicco
¿Puede alguien ser considerada nueva promesa de las letras y publicar una novela debut que, para digerirla, es recomendable el uso de hepatoprotectores? Egresada en Filosofía de la UBA, Pola Oloixarac, autora de Las teorías salvajes, es célebre por un blog donde se disfraza de policía en fiestas y celebra que su libro esté entre los más vendidos de Eterna Cadencia que es, casualmente, la librería donde lo presentó.
Los estudiantes de Filosofía y Letras son gente sedienta de reconocimiento. Tanto libro devorado y los pobres no han merecido ni una línea en Paparazzi. Es por esto que la novela de Pola, que recoge personajes de la facultad y parodia al plantel académico, es recibida con la misma expectativa de un antílope desmembrado en una manada de lobos. El problema es que no se obtiene la misma reacción de un personaje que se vuelve cucaracha que de una pobre estudiante de Letras.
Las teorías salvajes es una novela llena de posibilidades. El problema es que ninguna se
cumple. Pero esto facilita las cosas a la hora de resumirla: una universitaria de apellido salival –Kamtchowsky–, se enamora de su profesor tiránico y hace cosas feas para conquistarlo, mientras un investigador estudia cómo las tribus transmiten su aplastante personalidad en futuras generaciones. Los personajes de Las teorías salvajes se conocen en el MALBA y publican blogs, al tiempo que Pola se las ingenia para que aparezca en el tercer capítulo una desaparecida política y en la tercera página un corpiño.
Los escritores argentinos de hoy son como una expedición en bote que uno ve alejándose de la costa: cada vez más niebla entre ellos y la civilización. De vez en cuando uno hace señas. ¿Está tratando de decir algo? Al promediar la segunda parte, este cronista decide acometer la tarea más feliz del crítico literario: saltear páginas. Lo asombra el daño neurológico que provoca la Facultad de Filosofía y Letras en un escritor. A Pola le hace escribir cosas como: “La transformación de las observaciones iniciáticas en sistemas personales implica la participación activa de los pequeños ‘sujetos sujetados’…”. Y a los personajes les sucede otro tanto. Cuando a la protagonista le da miedo, se aferra a la edición trilingüe de la Metafísica de Aristóteles. Y cuando un down le eyacula en la mano, cita a Spinoza.
Pobre Pola: es bonita, virtuosa, pero sigue escribiendo para los profesores. Uno puede
advertirlo por sus señas allá lejos a bordo del bote, meciéndose junto a cientos de colegas. Uno, más que desearle una carrera próspera, le desearía a toda esta gente un buen agujero en la cubierta.
¿Puede alguien ser considerada nueva promesa de las letras y publicar una novela debut que, para digerirla, es recomendable el uso de hepatoprotectores? Egresada en Filosofía de la UBA, Pola Oloixarac, autora de Las teorías salvajes, es célebre por un blog donde se disfraza de policía en fiestas y celebra que su libro esté entre los más vendidos de Eterna Cadencia que es, casualmente, la librería donde lo presentó.
Los estudiantes de Filosofía y Letras son gente sedienta de reconocimiento. Tanto libro devorado y los pobres no han merecido ni una línea en Paparazzi. Es por esto que la novela de Pola, que recoge personajes de la facultad y parodia al plantel académico, es recibida con la misma expectativa de un antílope desmembrado en una manada de lobos. El problema es que no se obtiene la misma reacción de un personaje que se vuelve cucaracha que de una pobre estudiante de Letras.
Las teorías salvajes es una novela llena de posibilidades. El problema es que ninguna se
cumple. Pero esto facilita las cosas a la hora de resumirla: una universitaria de apellido salival –Kamtchowsky–, se enamora de su profesor tiránico y hace cosas feas para conquistarlo, mientras un investigador estudia cómo las tribus transmiten su aplastante personalidad en futuras generaciones. Los personajes de Las teorías salvajes se conocen en el MALBA y publican blogs, al tiempo que Pola se las ingenia para que aparezca en el tercer capítulo una desaparecida política y en la tercera página un corpiño.
Los escritores argentinos de hoy son como una expedición en bote que uno ve alejándose de la costa: cada vez más niebla entre ellos y la civilización. De vez en cuando uno hace señas. ¿Está tratando de decir algo? Al promediar la segunda parte, este cronista decide acometer la tarea más feliz del crítico literario: saltear páginas. Lo asombra el daño neurológico que provoca la Facultad de Filosofía y Letras en un escritor. A Pola le hace escribir cosas como: “La transformación de las observaciones iniciáticas en sistemas personales implica la participación activa de los pequeños ‘sujetos sujetados’…”. Y a los personajes les sucede otro tanto. Cuando a la protagonista le da miedo, se aferra a la edición trilingüe de la Metafísica de Aristóteles. Y cuando un down le eyacula en la mano, cita a Spinoza.
Pobre Pola: es bonita, virtuosa, pero sigue escribiendo para los profesores. Uno puede
advertirlo por sus señas allá lejos a bordo del bote, meciéndose junto a cientos de colegas. Uno, más que desearle una carrera próspera, le desearía a toda esta gente un buen agujero en la cubierta.
(Publicado el 4 de abirl en Crítrica.)
martes, 17 de junio de 2008
Tilingos
Por Arturo Jauretche
Publicado originalmente en "Confirmado" en junio de 1966
CONFIRMADO me propuso este tema. Pensé entonces que era la oportunidad para ofrecer una respuesta, entre las muchas que pueden articularse, a un interrogante que plantea José Luis de Imaz en Los que mandan; "¿Por qué, no obstante su peso económico, su rol en la modernización, y haber sido innovadores tecnológicos, los empresarios no pesan en la vida del país?”.
O pesan al revés. Este es el caso de ciertos tipos de grupos económicos capitalistas, adscriptos a la política de la Sociedad Rural, ya consolidados dentro del viejo sistema agro-importador, que prefieren un mercado interno pobre en condiciones de monopolio a un mercado en crecimiento en condiciones de competencia, como los que apoyaron la política de contención del progreso en las Juntas Reguladoras de la Década Infame. Sólo que éstos sí saben lo que quieren.
Pero no voy a hablar de economía, sino del tema propuesto; de la forma en que la tilinguería impone sus pautas, y cómo ellas están perturbando el desarrollo de la inteligencia nacional y sus impulsos creadores.
Y ésta es cosa de que debe tomar cuenta también el político militante, si es que no sabe que el comité ha muerto definitivamente. Porque los estados de opinión, entre los cuales tiene importancia fundamental el slogan que surge de la cuestión de los status, pesan mucho más que una recluta que sólo vale para las elecciones internas.
En el Espasa Calpe se lee tilingo: “Argentinismo: Insustancial, ligero, que habla muchas tonterías”. Segovia, en su Diccionario de Argentinismo, expresa: “Dícese de la persona simple y ligera que suele hablar muchas tonterías”.
Los paisanos, de un tipo así, dicen; “Hombre sin fundamento”.
Don Hipólito -desde luego, Yrigoyen es el Hipólito por antonomasia- decía “palangana”. Supongo a esta expresión tradicional y fundada en la poca cosa y mucho ruido de la enlosada al caer retumbante.
Usted lo conoce al tilingo. Y si no lo conoce, ahí lo tiene al lado, en esta mesa de un café céntrico donde se han sentado cuatro o cinco tipos con portafolios.
Algún día habrá que escribir la historia del hombre del portafolio. Hubo la etapa de la posguerra con los "ingenieri" italianos recién llegados que escondían bajo el cuero -con una sugestión de planos y patentes de invención- el sandwich de milanesa del almuerzo. Ahora es posible que el portafolio contenga la cuarenta y cinco persuasiva, o la concluyente tartamuda portátil.
Pero esos que están en la mesa de al lado sólo llevan allí sueños, proyectos, hipotéticas transacciones. Andan a la búsqueda de enganchar algo, intermediar en alguna operación cualquiera para ganar una comisión, y muchas veces intermediando entre intermediarios. Generalmente se ayudan con el teléfono de un amigo que tiene escritorio y al que han pedido permiso para que les "dejen dicho". Ese teléfono, la mesa del café y el portafolio constituyen su establecimiento comercial.
Mientras llega “el asunto”, hablan de fútbol, de carreras, de política, de economía.
Cuando tocan estos dos temas últimos, nunca faltará quien diga: "Lo que pasa es que los obreros no producen". Ahí está el tilingo.
No se le ha ocurrido averiguar qué es lo que él produce y qué producen todos ellos, puntas sueltas, mallas erradas en la enorme red de intermediación que es Buenos Aires.
Que un tipo que no produce diga, en una reunión de tipos que no producen, que no producen los únicos que producen algo, es tilinguería. En esto de producir, tenemos muchos productores rurales por el estilo que creen que la condición de productor la da la propiedad de una estancia, unos breeches y unas botas de polo, que viven en la ciudad -“porque mi señora dice que hay que educar a los chicos”- y dan una vuelta por el campo cada quince días.
Productores rurales son los que trabajan y producen en el campo, que pueden ser patrones o peones, pero no los que no intervienen en la producción sino como propietarios, y que son rentistas aunque no arrienden. Estos también son de los que dicen que los "obreros" no producen. Y ya no desde la posición marginal del tipo del portafolio, sino empinándose como “fuerza viva” sobre la que descansa la economía del país.
Inevitablemente, éstos y otros representantes de la tilinguería son los que, ante la menor dificultad, califican al país: “Este país de m...”, colocándose fuera del mismo a los efectos de la adjetivación. Y la verdad es que el país lo único que tiene de eso son ellos: los tilingos.
El racismo es otra forma frecuente de la tilinguería.
La tilinguería racista no es de ahora y tiene la tradición histórica de todo el liberalismo. Su padre más conocido es Sarmiento, y ese racismo está contenido implícitamente en el pueril dilema de "civilización y barbarie".
Todo lo respetable es del Norte de Europa, y lo intolerable, español o americano, mayormente si mestizo. De allí la imagen del mundo distribuido por la enseñanza y todos los medios de formación de la inteligencia que han manejado la superestructura cultural del país.
Recuerdo que cuando cayó Frondizi, uno de esos tilingos racistas me dijo, en medio de su euforia:
Por fin cayó el italiano! Se quedó un poco perplejo cuando yo le contesté:
Sí!, lo volteó Poggi.
Muchos estábamos enfrentados a Frondizi; pero es bueno que no nos confundan con estos otros que al margen de la realidad argentina, tan italiana en el presidente como en el general que lo volteó, sólo se guiaban por los esquemas de su tilinguería.
Ernesto Sábato, con buen humor, pero tal vez respirando por la herida, ha dicho en Sobre héroes y tumbas más o menos lo siguiente: “Más vale descender de un chanchero de Bayona llamado Vignau, que de un profesor de filosofía napolitano”. La cita me chocó en mi trasfondo tilingo (fui a la misma escuela y leí la misma literatura) porque tengo una abuela bearnesa también Vignau, tal vez más que por lo de Bayona, por lo de chanchero (vuelvo a recordar que fui a la misma escuela, etcétera).
La verdad que ni el presidente ni el general son italianos. Simplemente son argentinos de esta Argentina real que los liberales apuraron cortando las raíces.
Pero la idea liberal o sarmientina no era ésa. Ella tenía, y tiene, una escala de valores raciales que se identifican por los apellidos cuando son extranjeros. Arriba están los nórdicos -con escandinavos, anglosajones y germánicos-; después siguen los franceses; y después los bearneses y los vascos; más abajo los españoles y los italianos, y al último, muy lejos, los turcos y los judíos. Cuando yo era chiquilín nunca oí nombrar a un inglés -que generalmente era irlandés, pero la diferencia era muy sutil para entonces- sin decir "Don", aunque estuviera “mamao hasta las patas”. El francés, a veces, ligaba el Don; y en ocasiones, el vasco. Jamás el español, que era “gallego de...”, lo mismo que el italiano “gringo de...”. ¡Para qué hablar del turco y del ruso!
En La condición del extranjero en América, Sarmiento parece revisar sus tesis sobre la inmigración. Pero no nos engañemos: se sintió defraudado por la misma porque vino del Mediodía de Europa. El hubiera querido una inmigración de arquetipos, y los arquetipos son los que estaban en lo alto de su escalera antiamericana y antiespañola.
Afortunadamente fracasó, y eso es lo que nos ha salvado como nación. En algún lugar he recordado las palabras de Hornero Manzi cuando me dijo:
Lo que nos ha salvado es la actitud del italiano y el turco, que en lugar de proponerse como arquetipos, propusieron como tal al gaucho; así, en el ridículo del cocoliche se nacionalizaron en lugar de desnacionalizarnos.
Sólo falta imaginar lo que hubiera ocurrido si las pampas y las aldeas se hubieran poblado de los ejemplares arquetipos deseados por ese racismo, con la actitud de obsecuencia de las generaciones liberales para todo lo foráneo.
Ya se ha dicho que esa tilinguería racista viene de lejos.
Pero se acentúa cuando se producen cambios sociales.
Entonces, la tilinguería se exacerba en una peyorativa actitud racista. Pasó con el acceso al poder del radicalismo. Los tilingos de entonces cargaron el acento sobre los apellidos italianos de la nueva promoción política suscitada con el ascenso de la clase media: la pequeña burguesía inmigratoria y los doctores de primera napa nacional. La oposición conservadora adoptó un aire peyorativo que se tradujo en toda una literatura política, que fue del periódico -La Mañana y La Fronda, sucesivamente, fueron sus expresiones más calificadas- hasta el discurso parlamentario. Se jugaba, por ejemplo, con la equívoca significación de algunos apellidos; así, la triple fórmula Coulom-Coulin-Culacciatti, que integraba, con la igual finalidad peyorativa hacia los criollos desconocidos, don Julio del C. Moreno -un personaje riojano- completaba el ridículo en la imagen anal. Hasta cuando el apellido era patricio se lo modificaba para ponerlo a tono: así, padeciendo Yrigoyen de un posible mal de las vías urinarias, el doctor Meabe, su médico de cabecera, se convertía en el doctor Meabene para adecuarlo a la cita siguiente que era la de un correligionario de la 3a Don Plácido Meo.
En realidad, para los que lo escribían no se trataba de otra cosa que de un recurso humorístico.
Pero para el tilingo de entonces el fundamento más real, el que más invocaba, el que más jugaba, era ese de los "gringos". Y lo de "gringos" sólo jugaba para los descendientes de inmigrantes provenientes del Mediodía de Europa. No para los otros.
Pasó mucha agua bajo los puentes, y vino otro movimiento multitudinario: el de 1945. Ya los gringos se habían incorporado y su presencia política no lesionaba a la tilinguería, no sé si es porque de las nuevas promociones ascendentes habían salido también promociones de tilingos. Sólo así puede explicarse que un hijo de italianos -Sammartino- haya hablado despectivamente de los "negros" al referirse al "aluvión zoológico", en una caracterización evidentemente racial y peyorativa, cuando aún estaba fresca la tinta que lo había calificado a él también peyorativamente.
Que "el gringuito" de unos pocos años atrás se sienta vieja clase frente a los descendientes de los conquistadores en la confrontación de sus apellidos no revela simplemente que "el gringuito" se ha incorporado a la tilinguería.
Lo grave es que se ha frustrado como guarango. Y la guaranguería es la espontaneidad de las nuevas clases, de las promociones que irrumpen con cada ascenso de la sociedad, porque los dos grandes movimientos populares del siglo -el de 1914-16 y el de 1943-45- han sido la expresión de eso: de ascensos masivos.
No corresponde aquí desentrañar las raíces económico-sociales de los dos hechos históricos; ni siquiera la coincidencia con las dos guerras mundiales que nos aislaron de los países arquetipos en una neutralidad intolerable para los tilingos, pero que dio las bases para una consolidación propia.
Usted puede hacer un fácil test. Yo lo he hecho.
Sé que un fulano se ha gastado 15 millones de pesos en un departamento de la Avenida del Libertador. Nos encontramos y le adivino la intención de informarme de su compra, como corresponde al guarango. Pero yo quiero saber si está frustrado como tal y lo madrugo diciéndole antes de que me dé la noticia:
Estoy muy afligido por un amigo que se ha gastado más de 10 millones en un departamento de la Avenida del Libertador...
¿Y por qué se aflige? -me pregunta inquieto. Le contesto:
Y... porque la Avenida del Libertador no es "bien"...
Pero entonces..., ¿qué es "bien"? -pregunta desesperado.
"Bien" es de la plaza San Martín hasta la Recoleta, de Santa Fe al Bajo. Y dentro de ese radio. "bien", "muy bien", el codo aristocrático de Arroyo, como dice Mallea: Juncal, Guido, Parera...
Le veo en la cara al hombre que está desesperado. Y entonces, lo remato:
La Avenida del Libertador es como tener un leopardo de tapicería sobre el respaldo del asiento trasero del coche.
El leopardo lo tiró a la vuelta. Del departamento no sé.
Pienso que lo hecho es una crueldad, pero la investigación "científica" es así..., cruel como la vivisección.
Yo quería saber si el hombre era un burgués con toda la barba o un tímido burguesito en camino de terminar en tilingo. El que es verdaderamente burgués sigue adelante, cumple su gusto, se realiza con la arrogancia del vencedor y compra en la Avenida del Libertador, precisamente porque es caro, porque acredita su victoria y la prestigia ante los burgueses. Si quiere barrio, compra; y si quiere apellido y mujer distinguida, compra también.
Podría citar casos. Pero no se achica, se disminuye; no se acomoda a los esquemas y limitaciones de los tilingos.
De aquí que mientras en Europa y en Estados Unidos un banquero o un industrial miran a un ganadero como un "juntabosta", aquí el ganadero lo mira por arriba del hombro al empresario. Y el empresario, que quiere ser "bien", se ve obligado a comprar estancia, a tener cabaña -así sea de perros-, porque sólo por la Rural, y tal vez por el Kennel Club, puede lograr ascenso social que apetece.
Lógicamente esta burguesía, desde que imita a la vieja clase, se somete a todas sus normas y, por consecuencia, también en política.
Ese sometimiento y esa adhesión a las viejas clases -incongruente económicamente- no sólo se ejerce verticalmente. También horizontalmente, cuando contemplamos la geografía social del país.
Así, los titulares de los intereses vitivinícolas de Cuyo y los tabacaleros, azucareros y fruticultores del Norte, que necesitan un mercado interno de alto poder de compra -es decir, que el Litoral desarrolle una política de alto nivel de vida-, están ligados políticamente a los conservadores del Litoral, gobernados por cabañeros e invernadores cuya tendencia es producir a bajo costo en un mercado de poco poder adquisitivo para cumplir la función asignada en la división internacional del trabajo como abastecedores ultramarinos de las metrópolis. Esta incongruencia es difícil de explicar, pero no son ajenos a ella el prestigio social del Litoral y la incapacidad burguesa de los del interior en los respectivos grupos patronales. Esta gente de Cuyo y del Norte es muchas veces portadora de apellidos españoles de abolengo arribeño, de mucho mayor cotización histórica que los abajeños del puerto. Pero queriendo asimilarse a la alta clase del puerto se han sometido a las normas políticas e ideológicas de los principales. De "bien" provincianos, quieren ser "bien" en la Capital. ¿Cómo extrañar entonces que los guarangos frustrados del Litoral se hagan tilingos, si la misma tilinguería la padecen muchos aristocráticos descendientes de la Conquista por el Perú?
La tilinguería cotiza una marca de vino, un tabaco, un pomelo, o una palta, muy por debajo de un toro lleno de medallas. Se entra muy bien en la alta sociedad llevando de la rienda al toro, pero es difícil mostrando una botella de vino por lujosa que sea la etiqueta, por más sugestiones de chateau que evoque, tanto en la presentación como en la exquisita calidad del producto.
A un cuarto de siglo de la entrada del país al capitalismo, debemos recordar que el capitalismo naciente en la Argentina fue ajeno en sus hombres al hecho histórico que lo provocaba, produciéndose la paradoja de que le correspondiese a la clase obrera abrir la etapa del desarrollo económico burgués. Más aún: la nueva burguesía sigue aún incapacitada para jugar su papel, y es precisamente porque en la medida que asciende, pierde conciencia de su propia realidad para hacer suya la imagen de importancia que le presenta el tilingo. Se queda en el "medio pelo" y, rechazando el triunfo burgués, se adecúa al remedo, a la imitación de la alta clase con la que cree tomar contacto cuando se acomoda a la imagen de alta sociedad que le brindan los declasados.
Hubo un tiempo en que los venidos a menos económica y socialmente se jactaban de ser un pequeño sector domiciliado en el "Palacio de los Patos" de la calle Ugarteche. Ahora se han multiplicado. desde detrás de la Recoleta hasta San Fernando, a lo largo de las vías del Central Argentino. (Lo designo así porque la nueva nominación ferroviaria es completamente tilinga, aunque la hayan hecho los guarangos, lo que prueba que, en esta materia, todos tenemos tejado de vidrio.)
Landrú ha identificado perfectamente los personajes describiendo en el "gordi" y el "mersa" la oposición tilinguería-guaranguería. El botellero próspero, con su Valiant resplandeciente, es feliz echándole soda al vino de marca, ocupando las mesas de los restaurantes caros, hablando fuerte de lo que dijo-"su señora", mientras "cena". Está en el camino de constituir una burguesía. Todavía no tiene conciencia de que constituye un sector de la sociedad correspondiente a una etapa de la economía, y no ha alcanzado a comprender la correspondencia de sus intereses personales con los intereses de su grupo. Hijo de sus aptitudes capitalistas -aunque muchas veces también más de la inflación que de su capacidad, o de equívocas actividades comerciales-, está en el camino de constituir una burguesía. Pero en el momento de definirse como burgués y adquirir la psicología correspondiente, nota el contraste de sus gustos y normas con lo que es "bien". Desde que se ha mudado al barrio Norte, desde Gerli o Quilmes, y la "señora" ha olvidado la batea deslumbrada por la máquina de lavar, ha hecho nuevos contactos que le dan la idea de una meta social que tiene que alcanzar. Comienza él también a añorar la época en que "el servicio daba gusto" y en que el obrero -el "negro"- se mantenía "donde debe estar". Olvida de inmediato que es precisamente ese cambio el padre de su prosperidad y de su posibilidad de acceso a niveles más altos. Más aún. que el mantenimiento de ese cambio y su profundización es su única garantía.
Quiere dejar de ser "mersa" y sólo logra ser "gordi". E inmediatamente tiene el complejo político del "gordi", a quien comienza a imitar.
Y comienza a imitar a una imitación, tomando por modelo las malas copias.
Porque la tilinguería constituida por las "gordis" no es ni remotamente la alta clase a la que cree aproximarse.
Desde la época en que los declasados se refugiaban en la calle Ugarteche, todo el "Norte" liminar se ha llenado de falsos declasados. Se ha constituido un sector social entero que vive en la convención de que "todo tiempo pasado fue mejor" en aquella "Jauja" retrospectiva -"cuando la tía Leonor tenía Lando"-; de miles de familias que se aterran al recuerdo de un ascendiente que figuró algo en la segunda y la tercera línea de los amanuenses de la oligarquía, Descendientes de militares -un oficio generalmente despreciado por la alta clase-, de secretarios de juzgados, directores de oficinas, bancarios pueblerinos y hasta de conscriptos de Curu-malal, se han construido imaginativamente un pasado señoril que tratan de revivir en una vida forzada que absorbe casi todos sus recursos en gastos de representación.
O pesan al revés. Este es el caso de ciertos tipos de grupos económicos capitalistas, adscriptos a la política de la Sociedad Rural, ya consolidados dentro del viejo sistema agro-importador, que prefieren un mercado interno pobre en condiciones de monopolio a un mercado en crecimiento en condiciones de competencia, como los que apoyaron la política de contención del progreso en las Juntas Reguladoras de la Década Infame. Sólo que éstos sí saben lo que quieren.
Pero no voy a hablar de economía, sino del tema propuesto; de la forma en que la tilinguería impone sus pautas, y cómo ellas están perturbando el desarrollo de la inteligencia nacional y sus impulsos creadores.
Y ésta es cosa de que debe tomar cuenta también el político militante, si es que no sabe que el comité ha muerto definitivamente. Porque los estados de opinión, entre los cuales tiene importancia fundamental el slogan que surge de la cuestión de los status, pesan mucho más que una recluta que sólo vale para las elecciones internas.
En el Espasa Calpe se lee tilingo: “Argentinismo: Insustancial, ligero, que habla muchas tonterías”. Segovia, en su Diccionario de Argentinismo, expresa: “Dícese de la persona simple y ligera que suele hablar muchas tonterías”.
Los paisanos, de un tipo así, dicen; “Hombre sin fundamento”.
Don Hipólito -desde luego, Yrigoyen es el Hipólito por antonomasia- decía “palangana”. Supongo a esta expresión tradicional y fundada en la poca cosa y mucho ruido de la enlosada al caer retumbante.
Usted lo conoce al tilingo. Y si no lo conoce, ahí lo tiene al lado, en esta mesa de un café céntrico donde se han sentado cuatro o cinco tipos con portafolios.
Algún día habrá que escribir la historia del hombre del portafolio. Hubo la etapa de la posguerra con los "ingenieri" italianos recién llegados que escondían bajo el cuero -con una sugestión de planos y patentes de invención- el sandwich de milanesa del almuerzo. Ahora es posible que el portafolio contenga la cuarenta y cinco persuasiva, o la concluyente tartamuda portátil.
Pero esos que están en la mesa de al lado sólo llevan allí sueños, proyectos, hipotéticas transacciones. Andan a la búsqueda de enganchar algo, intermediar en alguna operación cualquiera para ganar una comisión, y muchas veces intermediando entre intermediarios. Generalmente se ayudan con el teléfono de un amigo que tiene escritorio y al que han pedido permiso para que les "dejen dicho". Ese teléfono, la mesa del café y el portafolio constituyen su establecimiento comercial.
Mientras llega “el asunto”, hablan de fútbol, de carreras, de política, de economía.
Cuando tocan estos dos temas últimos, nunca faltará quien diga: "Lo que pasa es que los obreros no producen". Ahí está el tilingo.
No se le ha ocurrido averiguar qué es lo que él produce y qué producen todos ellos, puntas sueltas, mallas erradas en la enorme red de intermediación que es Buenos Aires.
Que un tipo que no produce diga, en una reunión de tipos que no producen, que no producen los únicos que producen algo, es tilinguería. En esto de producir, tenemos muchos productores rurales por el estilo que creen que la condición de productor la da la propiedad de una estancia, unos breeches y unas botas de polo, que viven en la ciudad -“porque mi señora dice que hay que educar a los chicos”- y dan una vuelta por el campo cada quince días.
Productores rurales son los que trabajan y producen en el campo, que pueden ser patrones o peones, pero no los que no intervienen en la producción sino como propietarios, y que son rentistas aunque no arrienden. Estos también son de los que dicen que los "obreros" no producen. Y ya no desde la posición marginal del tipo del portafolio, sino empinándose como “fuerza viva” sobre la que descansa la economía del país.
Inevitablemente, éstos y otros representantes de la tilinguería son los que, ante la menor dificultad, califican al país: “Este país de m...”, colocándose fuera del mismo a los efectos de la adjetivación. Y la verdad es que el país lo único que tiene de eso son ellos: los tilingos.
El racismo es otra forma frecuente de la tilinguería.
La tilinguería racista no es de ahora y tiene la tradición histórica de todo el liberalismo. Su padre más conocido es Sarmiento, y ese racismo está contenido implícitamente en el pueril dilema de "civilización y barbarie".
Todo lo respetable es del Norte de Europa, y lo intolerable, español o americano, mayormente si mestizo. De allí la imagen del mundo distribuido por la enseñanza y todos los medios de formación de la inteligencia que han manejado la superestructura cultural del país.
Recuerdo que cuando cayó Frondizi, uno de esos tilingos racistas me dijo, en medio de su euforia:
Por fin cayó el italiano! Se quedó un poco perplejo cuando yo le contesté:
Sí!, lo volteó Poggi.
Muchos estábamos enfrentados a Frondizi; pero es bueno que no nos confundan con estos otros que al margen de la realidad argentina, tan italiana en el presidente como en el general que lo volteó, sólo se guiaban por los esquemas de su tilinguería.
Ernesto Sábato, con buen humor, pero tal vez respirando por la herida, ha dicho en Sobre héroes y tumbas más o menos lo siguiente: “Más vale descender de un chanchero de Bayona llamado Vignau, que de un profesor de filosofía napolitano”. La cita me chocó en mi trasfondo tilingo (fui a la misma escuela y leí la misma literatura) porque tengo una abuela bearnesa también Vignau, tal vez más que por lo de Bayona, por lo de chanchero (vuelvo a recordar que fui a la misma escuela, etcétera).
La verdad que ni el presidente ni el general son italianos. Simplemente son argentinos de esta Argentina real que los liberales apuraron cortando las raíces.
Pero la idea liberal o sarmientina no era ésa. Ella tenía, y tiene, una escala de valores raciales que se identifican por los apellidos cuando son extranjeros. Arriba están los nórdicos -con escandinavos, anglosajones y germánicos-; después siguen los franceses; y después los bearneses y los vascos; más abajo los españoles y los italianos, y al último, muy lejos, los turcos y los judíos. Cuando yo era chiquilín nunca oí nombrar a un inglés -que generalmente era irlandés, pero la diferencia era muy sutil para entonces- sin decir "Don", aunque estuviera “mamao hasta las patas”. El francés, a veces, ligaba el Don; y en ocasiones, el vasco. Jamás el español, que era “gallego de...”, lo mismo que el italiano “gringo de...”. ¡Para qué hablar del turco y del ruso!
En La condición del extranjero en América, Sarmiento parece revisar sus tesis sobre la inmigración. Pero no nos engañemos: se sintió defraudado por la misma porque vino del Mediodía de Europa. El hubiera querido una inmigración de arquetipos, y los arquetipos son los que estaban en lo alto de su escalera antiamericana y antiespañola.
Afortunadamente fracasó, y eso es lo que nos ha salvado como nación. En algún lugar he recordado las palabras de Hornero Manzi cuando me dijo:
Lo que nos ha salvado es la actitud del italiano y el turco, que en lugar de proponerse como arquetipos, propusieron como tal al gaucho; así, en el ridículo del cocoliche se nacionalizaron en lugar de desnacionalizarnos.
Sólo falta imaginar lo que hubiera ocurrido si las pampas y las aldeas se hubieran poblado de los ejemplares arquetipos deseados por ese racismo, con la actitud de obsecuencia de las generaciones liberales para todo lo foráneo.
Ya se ha dicho que esa tilinguería racista viene de lejos.
Pero se acentúa cuando se producen cambios sociales.
Entonces, la tilinguería se exacerba en una peyorativa actitud racista. Pasó con el acceso al poder del radicalismo. Los tilingos de entonces cargaron el acento sobre los apellidos italianos de la nueva promoción política suscitada con el ascenso de la clase media: la pequeña burguesía inmigratoria y los doctores de primera napa nacional. La oposición conservadora adoptó un aire peyorativo que se tradujo en toda una literatura política, que fue del periódico -La Mañana y La Fronda, sucesivamente, fueron sus expresiones más calificadas- hasta el discurso parlamentario. Se jugaba, por ejemplo, con la equívoca significación de algunos apellidos; así, la triple fórmula Coulom-Coulin-Culacciatti, que integraba, con la igual finalidad peyorativa hacia los criollos desconocidos, don Julio del C. Moreno -un personaje riojano- completaba el ridículo en la imagen anal. Hasta cuando el apellido era patricio se lo modificaba para ponerlo a tono: así, padeciendo Yrigoyen de un posible mal de las vías urinarias, el doctor Meabe, su médico de cabecera, se convertía en el doctor Meabene para adecuarlo a la cita siguiente que era la de un correligionario de la 3a Don Plácido Meo.
En realidad, para los que lo escribían no se trataba de otra cosa que de un recurso humorístico.
Pero para el tilingo de entonces el fundamento más real, el que más invocaba, el que más jugaba, era ese de los "gringos". Y lo de "gringos" sólo jugaba para los descendientes de inmigrantes provenientes del Mediodía de Europa. No para los otros.
Pasó mucha agua bajo los puentes, y vino otro movimiento multitudinario: el de 1945. Ya los gringos se habían incorporado y su presencia política no lesionaba a la tilinguería, no sé si es porque de las nuevas promociones ascendentes habían salido también promociones de tilingos. Sólo así puede explicarse que un hijo de italianos -Sammartino- haya hablado despectivamente de los "negros" al referirse al "aluvión zoológico", en una caracterización evidentemente racial y peyorativa, cuando aún estaba fresca la tinta que lo había calificado a él también peyorativamente.
Que "el gringuito" de unos pocos años atrás se sienta vieja clase frente a los descendientes de los conquistadores en la confrontación de sus apellidos no revela simplemente que "el gringuito" se ha incorporado a la tilinguería.
Lo grave es que se ha frustrado como guarango. Y la guaranguería es la espontaneidad de las nuevas clases, de las promociones que irrumpen con cada ascenso de la sociedad, porque los dos grandes movimientos populares del siglo -el de 1914-16 y el de 1943-45- han sido la expresión de eso: de ascensos masivos.
No corresponde aquí desentrañar las raíces económico-sociales de los dos hechos históricos; ni siquiera la coincidencia con las dos guerras mundiales que nos aislaron de los países arquetipos en una neutralidad intolerable para los tilingos, pero que dio las bases para una consolidación propia.
Usted puede hacer un fácil test. Yo lo he hecho.
Sé que un fulano se ha gastado 15 millones de pesos en un departamento de la Avenida del Libertador. Nos encontramos y le adivino la intención de informarme de su compra, como corresponde al guarango. Pero yo quiero saber si está frustrado como tal y lo madrugo diciéndole antes de que me dé la noticia:
Estoy muy afligido por un amigo que se ha gastado más de 10 millones en un departamento de la Avenida del Libertador...
¿Y por qué se aflige? -me pregunta inquieto. Le contesto:
Y... porque la Avenida del Libertador no es "bien"...
Pero entonces..., ¿qué es "bien"? -pregunta desesperado.
"Bien" es de la plaza San Martín hasta la Recoleta, de Santa Fe al Bajo. Y dentro de ese radio. "bien", "muy bien", el codo aristocrático de Arroyo, como dice Mallea: Juncal, Guido, Parera...
Le veo en la cara al hombre que está desesperado. Y entonces, lo remato:
La Avenida del Libertador es como tener un leopardo de tapicería sobre el respaldo del asiento trasero del coche.
El leopardo lo tiró a la vuelta. Del departamento no sé.
Pienso que lo hecho es una crueldad, pero la investigación "científica" es así..., cruel como la vivisección.
Yo quería saber si el hombre era un burgués con toda la barba o un tímido burguesito en camino de terminar en tilingo. El que es verdaderamente burgués sigue adelante, cumple su gusto, se realiza con la arrogancia del vencedor y compra en la Avenida del Libertador, precisamente porque es caro, porque acredita su victoria y la prestigia ante los burgueses. Si quiere barrio, compra; y si quiere apellido y mujer distinguida, compra también.
Podría citar casos. Pero no se achica, se disminuye; no se acomoda a los esquemas y limitaciones de los tilingos.
De aquí que mientras en Europa y en Estados Unidos un banquero o un industrial miran a un ganadero como un "juntabosta", aquí el ganadero lo mira por arriba del hombro al empresario. Y el empresario, que quiere ser "bien", se ve obligado a comprar estancia, a tener cabaña -así sea de perros-, porque sólo por la Rural, y tal vez por el Kennel Club, puede lograr ascenso social que apetece.
Lógicamente esta burguesía, desde que imita a la vieja clase, se somete a todas sus normas y, por consecuencia, también en política.
Ese sometimiento y esa adhesión a las viejas clases -incongruente económicamente- no sólo se ejerce verticalmente. También horizontalmente, cuando contemplamos la geografía social del país.
Así, los titulares de los intereses vitivinícolas de Cuyo y los tabacaleros, azucareros y fruticultores del Norte, que necesitan un mercado interno de alto poder de compra -es decir, que el Litoral desarrolle una política de alto nivel de vida-, están ligados políticamente a los conservadores del Litoral, gobernados por cabañeros e invernadores cuya tendencia es producir a bajo costo en un mercado de poco poder adquisitivo para cumplir la función asignada en la división internacional del trabajo como abastecedores ultramarinos de las metrópolis. Esta incongruencia es difícil de explicar, pero no son ajenos a ella el prestigio social del Litoral y la incapacidad burguesa de los del interior en los respectivos grupos patronales. Esta gente de Cuyo y del Norte es muchas veces portadora de apellidos españoles de abolengo arribeño, de mucho mayor cotización histórica que los abajeños del puerto. Pero queriendo asimilarse a la alta clase del puerto se han sometido a las normas políticas e ideológicas de los principales. De "bien" provincianos, quieren ser "bien" en la Capital. ¿Cómo extrañar entonces que los guarangos frustrados del Litoral se hagan tilingos, si la misma tilinguería la padecen muchos aristocráticos descendientes de la Conquista por el Perú?
La tilinguería cotiza una marca de vino, un tabaco, un pomelo, o una palta, muy por debajo de un toro lleno de medallas. Se entra muy bien en la alta sociedad llevando de la rienda al toro, pero es difícil mostrando una botella de vino por lujosa que sea la etiqueta, por más sugestiones de chateau que evoque, tanto en la presentación como en la exquisita calidad del producto.
A un cuarto de siglo de la entrada del país al capitalismo, debemos recordar que el capitalismo naciente en la Argentina fue ajeno en sus hombres al hecho histórico que lo provocaba, produciéndose la paradoja de que le correspondiese a la clase obrera abrir la etapa del desarrollo económico burgués. Más aún: la nueva burguesía sigue aún incapacitada para jugar su papel, y es precisamente porque en la medida que asciende, pierde conciencia de su propia realidad para hacer suya la imagen de importancia que le presenta el tilingo. Se queda en el "medio pelo" y, rechazando el triunfo burgués, se adecúa al remedo, a la imitación de la alta clase con la que cree tomar contacto cuando se acomoda a la imagen de alta sociedad que le brindan los declasados.
Hubo un tiempo en que los venidos a menos económica y socialmente se jactaban de ser un pequeño sector domiciliado en el "Palacio de los Patos" de la calle Ugarteche. Ahora se han multiplicado. desde detrás de la Recoleta hasta San Fernando, a lo largo de las vías del Central Argentino. (Lo designo así porque la nueva nominación ferroviaria es completamente tilinga, aunque la hayan hecho los guarangos, lo que prueba que, en esta materia, todos tenemos tejado de vidrio.)
Landrú ha identificado perfectamente los personajes describiendo en el "gordi" y el "mersa" la oposición tilinguería-guaranguería. El botellero próspero, con su Valiant resplandeciente, es feliz echándole soda al vino de marca, ocupando las mesas de los restaurantes caros, hablando fuerte de lo que dijo-"su señora", mientras "cena". Está en el camino de constituir una burguesía. Todavía no tiene conciencia de que constituye un sector de la sociedad correspondiente a una etapa de la economía, y no ha alcanzado a comprender la correspondencia de sus intereses personales con los intereses de su grupo. Hijo de sus aptitudes capitalistas -aunque muchas veces también más de la inflación que de su capacidad, o de equívocas actividades comerciales-, está en el camino de constituir una burguesía. Pero en el momento de definirse como burgués y adquirir la psicología correspondiente, nota el contraste de sus gustos y normas con lo que es "bien". Desde que se ha mudado al barrio Norte, desde Gerli o Quilmes, y la "señora" ha olvidado la batea deslumbrada por la máquina de lavar, ha hecho nuevos contactos que le dan la idea de una meta social que tiene que alcanzar. Comienza él también a añorar la época en que "el servicio daba gusto" y en que el obrero -el "negro"- se mantenía "donde debe estar". Olvida de inmediato que es precisamente ese cambio el padre de su prosperidad y de su posibilidad de acceso a niveles más altos. Más aún. que el mantenimiento de ese cambio y su profundización es su única garantía.
Quiere dejar de ser "mersa" y sólo logra ser "gordi". E inmediatamente tiene el complejo político del "gordi", a quien comienza a imitar.
Y comienza a imitar a una imitación, tomando por modelo las malas copias.
Porque la tilinguería constituida por las "gordis" no es ni remotamente la alta clase a la que cree aproximarse.
Desde la época en que los declasados se refugiaban en la calle Ugarteche, todo el "Norte" liminar se ha llenado de falsos declasados. Se ha constituido un sector social entero que vive en la convención de que "todo tiempo pasado fue mejor" en aquella "Jauja" retrospectiva -"cuando la tía Leonor tenía Lando"-; de miles de familias que se aterran al recuerdo de un ascendiente que figuró algo en la segunda y la tercera línea de los amanuenses de la oligarquía, Descendientes de militares -un oficio generalmente despreciado por la alta clase-, de secretarios de juzgados, directores de oficinas, bancarios pueblerinos y hasta de conscriptos de Curu-malal, se han construido imaginativamente un pasado señoril que tratan de revivir en una vida forzada que absorbe casi todos sus recursos en gastos de representación.
domingo, 27 de abril de 2008
Volviendo al campo
Por David Wapner
Volviendo al campo,
No entiendo adónde empieza y en dónde termina:
El campo es el resultado de la muerte de una alfombra:
La alfombra de la especie más grande ha muerto y se pudrió.
Todos los bichos del mundo nacen de esa muerte
Y de la alfombra no queda más que la idea que se tiene de ella:
Que es el campo, que la alfombra es el campo,
Y el campo, ya lo dijimos,
El campo está muerto.
Pobre vector.
pobre linea del campo,
que no flota, ni pisa, ni excava:
¡Pobre vector del campo,
pobre sombra que se quema,
porque el sol es malo y no perdona!
Pobre rayo que cae de arriba,
pobre abajo,
¡el vector del campo!
Campo, hijo,
campo verde como una botella,
verde de esa raza de animal extinto
que se llamaba campo,
y quedó así, cortado de cuajo,
culo abierto al cielo,
a la buena de Dios.
Coraza del campo,
pampa del zapallo reducida por
cascos, ruedas, palas,
en pos de una hazaña
que nadie entiende hasta hoy,
¿por qué hubo que aplastarel suelo mítico
de la vieja infancia?
Volviendo al campo,
No entiendo adónde empieza y en dónde termina:
El campo es el resultado de la muerte de una alfombra:
La alfombra de la especie más grande ha muerto y se pudrió.
Todos los bichos del mundo nacen de esa muerte
Y de la alfombra no queda más que la idea que se tiene de ella:
Que es el campo, que la alfombra es el campo,
Y el campo, ya lo dijimos,
El campo está muerto.
Pobre vector.
pobre linea del campo,
que no flota, ni pisa, ni excava:
¡Pobre vector del campo,
pobre sombra que se quema,
porque el sol es malo y no perdona!
Pobre rayo que cae de arriba,
pobre abajo,
¡el vector del campo!
Campo, hijo,
campo verde como una botella,
verde de esa raza de animal extinto
que se llamaba campo,
y quedó así, cortado de cuajo,
culo abierto al cielo,
a la buena de Dios.
Coraza del campo,
pampa del zapallo reducida por
cascos, ruedas, palas,
en pos de una hazaña
que nadie entiende hasta hoy,
¿por qué hubo que aplastarel suelo mítico
de la vieja infancia?
sábado, 19 de abril de 2008
Acábenla con eso de "la bandita de Puán"
(Suplemento Ñ, 19/4/08)
(Suplemento Ñ, 19/4/08)
Kohan reivindica el papel de la Facultad como formadora de lectores y sale al cruce de algunos intelectuales que cuestionan a la academia.
Por Martín Kohan
Trabajo en un institución de formación de lectores. Es uno de mis diversos trabajos: soy docente de la Universidad de Buenos Aires. Yo mismo me formé ahí, cuando era joven, con profesores como David Viñas, Ricardo Piglia, Susana Zanetti, Josefina Ludmer, Noé Jitrik, Beatriz Sarlo, Nicolás Rosa, Enrique Pezzoni. Es un espacio de formación de lectores, es decir un espacio que apunta a hacer de la lectura un objeto de deseo y una práctica sostenida. En él circulan lecturas diversas, o divergentes, o contrapuestas; pero también hay un horizonte compartido y es lógico que así sea. Por supuesto que existen muchas otras maneras de hacerse lector y de adiestrarse como tal, y que en cada una de ellas podrán señalarse ventajas y desventajas; pero en cualquier caso me parece relevante que el Estado sostenga un ámbito de preparación para las lecturas literarias -para esas lecturas y para la escritura de esas lecturas- como parte del sistema de educación pública, que por otro lado tan agredida se ha visto durante la década de los noventa.
Esto que digo es tan obvio que presumo que cualquiera podría compartirlo. No obstante, por raro que parezca no siempre es así. En algunos circuitos literarios, o al menos desde algunas de las voces que se hacen oír en ese circuito, un trabajo como el que yo realizo en la Universidad de Buenos Aires es visto como deshonroso, como perjudicial, como frustrado y como frustrante, como digno de lamentación; se dice "académico" con un matiz peyorativo que se da por descontado; se habla de Puán (Puán es la calle donde se ubica la facultad) como un nido de conspiraciones corporativas (el filósofo Feinmann habló alguna ez de "la bandita de Puán") o como un lugar de retrasados mentales ("el cotolengo de Puán", ha dicho Fogwill varias veces).
Trabajo, como digo, en una institución de formación de lectores. Lo considero un buen trabajo; sobre todo si la vocación de docencia está vigente, como es mi caso. El intercambio con los estudiantes y con los compañeros sirve a menudo de estímulo, y no deja de ser un buen medio para dedicarse de pleno a la literatura. Hay que decir igualmente que muchas cosas podrían y deberían mejorarse, y que en las condiciones generales en que el trabajo se desarrolla suelen ser bastante desfavorables. Hay problemas edilicios, limitaciones en el equipamiento, desigualdades, taras administrativas. Las remuneraciones son casi siempre escasas, a veces son un tanto humillantes y a veces son sencillamente nulas (a veces no pagan nada: nada de nada).
Espero no equivocarme si juzgo que, acaso por compensación simbólica, lo que prevalece socialmente es el aprecio por este trabajo. Pero el menosprecio que se manifiesta a vece entre gente de letras llamativamente, puede deprimir un poco y requerir alguna paciencia.
Por Martín Kohan
Trabajo en un institución de formación de lectores. Es uno de mis diversos trabajos: soy docente de la Universidad de Buenos Aires. Yo mismo me formé ahí, cuando era joven, con profesores como David Viñas, Ricardo Piglia, Susana Zanetti, Josefina Ludmer, Noé Jitrik, Beatriz Sarlo, Nicolás Rosa, Enrique Pezzoni. Es un espacio de formación de lectores, es decir un espacio que apunta a hacer de la lectura un objeto de deseo y una práctica sostenida. En él circulan lecturas diversas, o divergentes, o contrapuestas; pero también hay un horizonte compartido y es lógico que así sea. Por supuesto que existen muchas otras maneras de hacerse lector y de adiestrarse como tal, y que en cada una de ellas podrán señalarse ventajas y desventajas; pero en cualquier caso me parece relevante que el Estado sostenga un ámbito de preparación para las lecturas literarias -para esas lecturas y para la escritura de esas lecturas- como parte del sistema de educación pública, que por otro lado tan agredida se ha visto durante la década de los noventa.
Esto que digo es tan obvio que presumo que cualquiera podría compartirlo. No obstante, por raro que parezca no siempre es así. En algunos circuitos literarios, o al menos desde algunas de las voces que se hacen oír en ese circuito, un trabajo como el que yo realizo en la Universidad de Buenos Aires es visto como deshonroso, como perjudicial, como frustrado y como frustrante, como digno de lamentación; se dice "académico" con un matiz peyorativo que se da por descontado; se habla de Puán (Puán es la calle donde se ubica la facultad) como un nido de conspiraciones corporativas (el filósofo Feinmann habló alguna ez de "la bandita de Puán") o como un lugar de retrasados mentales ("el cotolengo de Puán", ha dicho Fogwill varias veces).
Trabajo, como digo, en una institución de formación de lectores. Lo considero un buen trabajo; sobre todo si la vocación de docencia está vigente, como es mi caso. El intercambio con los estudiantes y con los compañeros sirve a menudo de estímulo, y no deja de ser un buen medio para dedicarse de pleno a la literatura. Hay que decir igualmente que muchas cosas podrían y deberían mejorarse, y que en las condiciones generales en que el trabajo se desarrolla suelen ser bastante desfavorables. Hay problemas edilicios, limitaciones en el equipamiento, desigualdades, taras administrativas. Las remuneraciones son casi siempre escasas, a veces son un tanto humillantes y a veces son sencillamente nulas (a veces no pagan nada: nada de nada).
Espero no equivocarme si juzgo que, acaso por compensación simbólica, lo que prevalece socialmente es el aprecio por este trabajo. Pero el menosprecio que se manifiesta a vece entre gente de letras llamativamente, puede deprimir un poco y requerir alguna paciencia.
miércoles, 26 de marzo de 2008
Sobre el paro del campo
Por Patricio Erb
En el mismo momento que la Presidenta comenzó su discurso, estaba laburando en la presentación de los seminarios del Movimiento Productivo Argentino, que encabeza Duhalde. Con el interés de entrevistarlo uno de estos días, me puse a charlar con una de sus asistentes acerca de cómo el tipo que fue protagonista del tsunami neoliberal de los noventa, corría por izquierda al Gobierno que se autoproclamó (con cierto mérito, pienso) como "el progre" dentro del peronismo. "Salario ciudadano, distribución de tierras, derechos humanos ampliados", fueron las palabras que utilizó Duhalde, sacada de los mismísimos denominados "socialistas utópicos" europeos que plantean una profundización de la socialdemocracia, para su retorno a los medios. Fue a partir de esa charla informal que mantenía con la colaboradora del ex Presidente, que llegamos a conversar del Gobierno. "Qué torpeza política la de Cristina; unir a SRA o a CRA con la FAA", dijé exagerademente crítico. Eso me llevó a plantearle la contradicción que saltan de manera constante en el Gobierno, que abiertamente respaldo: ¿Por qué carajo no hablan de los pool de siembra adminstrados por fideicomisos formados por multinacionales que llevan adelante una nueva concentración de tierras? ¿Por qué no le dan pelota a las propuestas de la FAA que impulsa políticas distributivas agrarias? Pese a que mi primera reacción es decir "qué estúpidos", siempre termino diciéndome que acá no existe ningún idiota.
martes, 10 de julio de 2007
David Wapner, una entrevista
David Wapner es poeta, músico y artista plástico. Dsede ya mucho tiempo vive exiliado en Israel. Hace poco publicó en la Argentina Una novela de mil páginas. Acá, respondió algunas preguntas que le hice por mail.
Terra, ¿cómo estás? Estuve sin línea telefónica, hoy emerjo. Aquí va la entrevista, fijate, decime qué te parece. Van dos fotos, una de mi actuación últina en Zaragoza, la otra (del fotógrafo italiano Andrea Pandini), leyendo en la presentación de Una novela de mil páginas, en el Bucowski Bar de Madrid. Un abrazo, recibí la invitación de la presentación de tu libro, lo espero,
otro abrazo, David.
otro abrazo, David.
¿En qué año te mudaste a Israel? ¿Cuál fue el motivo? ¿Qué pasaba en la política argentina en ese momento?
Un antivizcachismo acérrimo, "nunca te hagás amigo del juez, aunque te vaya para el culo", signó mi conducta desde que recuerdo; conozco el precio del sometimiento a este principio, y no me quejo. Pero me quejo: las cosas me habrían sido más fáciles, el correr la coneja tantos años va dejando marcas. Ana (mi esposa, la artista Ana Camusso) es, en eso, bastante parecida a mí, y fue así que hace diez años nos sentimos muy cansados y decidimos irnos al único país posible para nosotros: pasajes pagos, subsidios durante un tiempo importante, ciudadanía automática. Llegamos a Israel el 30 de abril. Fuimos, en ese momento, adelantados, vanguardia a nuestro pesar, de la desbandada argentina de víctimas del menemismo.
La diferencia con los que vinieron después es que nosotros no habíamos perdido el dinero de nuestra cuenta bancaria, ni propiedades, ni quebrado en el comercio, nosotros no teníamos nadad de nada, salvo libros, carpetas, e instrumentos de trabajo. Trabajo, lo único que había eran los cuentos que yo publicaba en Anteojito; cuando cobraba, pagábamos los alquileres atrasados, el gas, la luz, teléfono, la obra social, y no quedaba para comer. Hicimos gráfica, cerámica, dimos clases particulares, todo efímero, sin resultado económico. En 1995, creo, Página/12 tiró 30.000 ejemplares de mi novela "La Noche", pero yo de eso no vi un centavo, un par de años antes yo había vendido por chirolas mis derechos a Libros del Quirquincho. Eran los años de Menem, Cavallo, María Julia, toda esa basura. Yo sufro de un problema de salud crónico, dependo de medicación, y no quedó otra alternativa que irnos, Ana, Chiflón (que se fue hace un año, ya) y yo, cuando finalizaba marzo de 1998.
¿Cómo fue tu inserción en ese país?
Siempre atada con alambre, siempre comenzando de cero. Miles de chicos pasaron por nuestros talleres de escultura para niños, basados en una técnica sui generis relacionada con el papel maché, pero más directa: papel de diario y plasticola. También, ramas de árbol y telgopor. Los israelíes se volvieron locos con nosotros y nuestro invento, y durante los tres o cuatro primeros años creíamos, con fundamento, que nos iría muy bien en el nuevo país. Pero, no, siempre estábamos en el mismo punto, y llegábamos al mismo techo, y regresábamos al suelo para volverá a emprender la de Sisifo, nuestro esfuerzo servía sólo para engrosar el currículum de los otros.
No puedo hablar de inserción, porque el estado de Israel le tiene reservado al inmigrante judío (el olé, el que asciende a la tierra prometida) otro proyecto, otro concepto: la absorción. El "absorbido" es funcional a un statu quo según el cual, el inmigrante debe cumplir un rol subsidiario y hacer todos los trabajos que los nativos, los sabrás, no quieren hacer. Según este punto de vista, el inmigrante no compite y nunca levanta cabeza. En un curso de hebreo que tomé hace ya varios años, conocí a una doctora en física rusa, que, cuando existía la URSS, trabajo para la industria aerospacial, y ahora limpiaba casas. Miles de casos como esos; por supuesto, hay excepciones notorias, muchas de las cuales, hacen gala de un vizcachismo militante. Nosotros no encajamos en ninguno de estos modelos, ¡queríamos llegar con la fuerza de nuestro talento! Ahora, que estamos desesperados, no podemos creer lo ilusos que fuimos.
¿Qué pasa allá ahora que Sharón no está en el gobierno?
Todo lo que pasa en la política israelí ahora ya estaba pensado por Sharón: desmoronamiento de la Autoridad Palestina, precedida por el ascenso al poder del movimiento islámico integrista Hamos y derrota total del movimiento laico Fatal, desmadre y guerra civil entre palestinos, potenciación del sentimiento de inseguridad en la ciudadanía israelí. Creación de caos, y estímulo a las condiciones que lo crean, como "teatro de operaciones" para gobernar. Aprovechamiento de las fallas garrafales de la estrategia espejo de los palestinos, esto es, extremar las condiciones objetivas para lograr la toma del poder, o, traducido al pensamiento palestino y pan islámico, "expulsar al enemigo sionista de las tierras que pertenecen al pueblo árabe".
Sharón sabía que esta estrategia suicida iría a llevar a los palestinos a su destrucción, y por eso los dejó hacer, y más de una vez les abrió las puertas de casa, aún a costa del sacrificio de centenares de sus propios gobernados. Guerra, terror, inseguridad, las claves para liquidar lo que sobrevivía del estado de bienestar e implantar el neoliberalismo. Lo que no sabía Sharón, que era un estratega militar, era que iría a caer en coma, y que su sucesión sería asumida por una caterva menemista en traducción israelí, compuesta por mafiosos, ladrones, estafadores, criminales. violadores, delincuentes de toda calaña y ralea, y, de yapa, torpes e ineptos.
¿Cómo afecta tu proceso creativo este exilio?
Hace tanto tiempo que estoy aquí, nueve años y medio, y escribí tanto durante este lapso de tiempo, que no puedo precisarte qué aspecto especifico de mi proceso creativo se vio afectado. Y más, siendo yo un escritor para el cual el entorno no es un factor esencial. Es verdad, al principio sentí un cimbronazo, el lugar al cuál había llegado (una ciudad en medio del desierto) era tan diferente a lo que conocía, Buenos Aires, Montevideo, el aire era tan caliente —quemaba—, y el idioma, que no sólo era el local, sino, en paridad con el hebreo, el ruso.
En el laboratorio de idioma, el "ulpán", eran todos rusoparlantes, salvo dos argentinos, Ana, yo, y Ferenc Brandl, un coreógrafo eslovaco-húngaro, que fue nuestro mejor amigo. En medio de la clase, Feri estudiaba y tarareaba partituras, apuntaba ideas, dibujaba pautas de coreografías que iba imaginando. Eran trabajos, encargos, según me enteré poco más tarde (cuando supimos decirnos algo más que "¿café?"), que debía entregar a compañías de danza de Bratislava y Budapest. El desplazamiento físico no había quebrado, en apariencia, la continuidad de su trabajo. Yo también había traído conmigo "tareas", de la Argentina, pendientes para Anteojito, pruebas de un libro (Interland) para corregir, y me agarré de estos como enlace entre dos mundos. En forma paralela, escribí una serie de poemas que, aún hoy, los leo y digo, jamás los voy mostrar. El estudio del hebreo -parecíamos un jardín de infantes-, las invencionescon Ana, la correspondencia con Ezequiel Alemian y Sebastián Bianchi, y la puesta en marcha del Correo Extremaficción, fueron los motores de mi nueva etapa en Medio Oriente. Aquí, no sólo escribí mucho —y publiqué allá—., sino que hice cosas nuevas, como los cortos de animación con Ana, por ejemplo. Y tuve una nueva aproximación a la música, que a su vez influyó en lo que escribí. Esto se dio acá, no se qué hubiera sucedido allá, de haberme quedado.
¿Cómo fue la escritura de Una novela de mil páginas?
¿Qué te puedo decir? La escribí todos los días, durante más de un año, lapso durante el cual también trabajé en otros textos. Depende de las condiciones que me imponía cada página, cada una de las mil, escribía una, dos, tres, cinco, algunas veces más, por jornada. Cada página de ficción me exigía tanto como una "de veras", o más; cada una tenía la concentración de un poema en prosa. Cada milésima del libro en progreso retenía un fragmento de un suceso mayor, cuyas ramificaciones hacia el pasado o el futuro me eran invisibles. Pero podía entender que el producto de mi extracción, aunque azaroso, era significativo y valía el esfuerzo de comenzar una y otra vez, hasta llegar a mil. Me sentaba a escribir siempre tarde, a las 11 de la noche, o después, pero muchas veces me convenzo que "Una novela de mil páginas" se escribió a las 21. No se por qué, pero a veces estoy seguro. Y se que no fue así.
¿Cómo es la situación de publicar en Argentina y vivir en Israel?
No m e puedo quejar, desde que me fui publiqué un promedio de un libro por año, en su mayoría para chicos; a veces tengo la sensación de que me va mejor estando afuera que adentro. Pero hay un desdoblamiento, nunca se con exactitud qué está pasando del otro lado, en la parte del planeta en donde publico, y eso, aunque me escriban, y me cuenten cómo avanza (a veces, retrocede), el proceso de edición, circulación, o lectura de mis libros (comentarios, reseñas); aunque me entere por la internet, o por los recortes que me mandan editores, amigos o familiares. Aunque reciba los ejemplares impresos que me corresponden, los cuales guardo en un estante de mi biblioteca (o en un bolso que fue de mi vieja), y que aquí no han de circular, aunque reparta algunos: se me escapa algo, que queda en la Argentina, y nadie me sabe contar.
No m e puedo quejar, desde que me fui publiqué un promedio de un libro por año, en su mayoría para chicos; a veces tengo la sensación de que me va mejor estando afuera que adentro. Pero hay un desdoblamiento, nunca se con exactitud qué está pasando del otro lado, en la parte del planeta en donde publico, y eso, aunque me escriban, y me cuenten cómo avanza (a veces, retrocede), el proceso de edición, circulación, o lectura de mis libros (comentarios, reseñas); aunque me entere por la internet, o por los recortes que me mandan editores, amigos o familiares. Aunque reciba los ejemplares impresos que me corresponden, los cuales guardo en un estante de mi biblioteca (o en un bolso que fue de mi vieja), y que aquí no han de circular, aunque reparta algunos: se me escapa algo, que queda en la Argentina, y nadie me sabe contar.
Tus crónicas de la guerra fueron muy leídas en Buenos Aires. ¿Cuál es lasituación en este momento?
A este gobierno le queda poco tiempo, menos de un año, la oposición lo va a voltear en marzo, como máximo. Entre tanto, ante la incapacidad de resolver los problemas reales, con los palestinos y con los propios israelíes, están tanteando varios posibles frentes de guerra. A Siria le tienen ganas, pero, como al gobierno de Bush, el único que podría apoyar a Israel en esta aventura, le queda menos tiempo aún, es difícil que se de, aunque, del mismo modo, Olmert y los suyos es capaz de mandarse una estupidez semejante. Luego está Irán; Israel es el principal impulsor de un ataque a la central atómica iraní, y aquí también, el tiempo le juega en contra, porque Bush tiene menos tiempo aún. Por último, el Líbano, la Hizballah. La última guerra tuvo como resultado el descabezamiento de la cúpula militar, y el descrédito total de la clase política que la alentó, casi por unanimidad. Técnicamente, fue una derrota, y se quedaron con ganas de revancha. Y como aquí no existe una oposición verdadera, y la opinión pública continúa entre inerte y confundida, como el único sector que tiene capacidad de movilización y convicción ideológica es la derecha nacionalista religiosa, como la izquierda no existe, nadie se opondría seriamente a una segunda vuelta, a una tercera guerra del Líbano. No creo que este gobierno esté en capacidad para afrontarla, pero como recurso de emergencia, la posibilidad existe.
¿Cómo sigue tu año de trabajo?
Ahora, lo primero, es operarme de la cadera; llevo prótesis, reemplazo completo, desde hace 20 años (15 y medio la actual), y me la disloqué mientras ensayaba para mi último viaje a España, que realicé sin autorización de los médicos. Tras el postoperatorio, que es largo, espero estar a punto para viajar de nuevo, estoy invitado a un festival en Huesca, Aragón; pagan todo, pagan bien, tengo que ir. Pensando en eso, tengo que terminar nuevas canciones, sacudir viejas, agitar las "Canciones para perros". En el último viaje se habló de grabar un disco; mientras tanto, pienso sacar un CD de edición limitada con material que grabé en vivo, en Zaragoza. Estos serían mis primeros álbumes con mi música, el master del disco de Gutural, que grabamos en los 80, se perdió en algún lugar de Brasil, donde iba a ser mezclado por un supuesto ingeniero de sonido de Egberto Gismonti. Tengo que revisar dos libros, uno de raros poemas para niños, "Pitos y creyendas", y vérmelas con material que, cada tanto, subo a Mardagobio Globo. Hasta fin de año, saldrán dos libros más, en una editorial cordobesa, Comunicarte, "Pajarraigos" y la novela Icaro, para mí, muy, importante. En noviembre, participaremos con Ana, y nuestros cortos, en una muestra colectiva, aquí, en Bat-Yam. Entre tanto, con tanto trabajo, no se de qué voy a vivir, el trabajo aquí está muy podrido, salvo los ajedreces que hacemos con Ana para nuestro único cliente, no haya nada. Ah, y me tengo que preparar para cumplir cincuenta.
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